Desde el lente de un dron elevado a más de cien metros de altura, la vista panorámica del Pilcomayo es impresionante. Sus aguas, que se ven verdosas desde esa altura, siguen el curso sinuoso de una geografía marcada por el monte y las rocas.
En sus orillas, en un claro de ese monte chaqueño, se distinguen toldos hechos de lonas sujetas a ramas, pequeños fuegos encendidos, redes extendidas y niños correteando entre perros y canoas. No es un campamento turístico ni un paseo vacacional a orillas del río. Es el asentamiento temporal de familias del pueblo pescador weenhayek. Año tras año, este pueblo se traslada al borde del Pilcomayo para instalarse y vivir allí de la pesca durante varias semanas. Mujeres, hombres, adolescentes y niños reviven una forma de vida que aprendieron de sus mayores y que sigue transmitiéndose. Un modo de habitar el territorio que expresa la relación profunda de este pueblo con el río, los peces, la pesca y la vida en comunidad.En este segundo “Diario de campo”, Isaac Kukoc narra desde adentro escenas de la vida cotidiana del pueblo weenhayek en la zona de Peña Colorada, cerca de Villamontes. Parte de sus observaciones se inscriben en esa práctica cultural cíclica conocida como campear -descrita también en la etnografía “Campear y pescar: un modo de vida weenhayek” (Albarsson 2016)-, donde las familias se trasladan durante semanas a orillas del río para vivir de la pesca. Sin embargo, el relato de Isaac Kukoc no se limita a esa práctica: también recoge otras dimensiones de la vida weenhayek, incluyendo aspectos urbanos o semiurbanos vinculados al barrio indígena en las afueras de Villamontes. A través de este registro -fragmentario pero atento- conocemos cómo se organiza colectivamente la pesca, cómo se distribuyen los roles, cómo se enseña a los más jóvenes y cómo se reproduce un saber que combina técnica, experiencia y una ética de vida comunitaria.
Lo que Isaac documenta -especialmente en los pasajes donde retrata el campeo– se mantiene como una práctica viva, y aspira a perdurar en el tiempo gracias a conquistas significativas del pueblo weenhayek, como la implementación del calendario escolar regionalizado, en vigor desde 2015. Esta medida permite que la población joven participe plenamente en las actividades tradicionales sin interrumpir su formación escolar. Así, dos formas de aprendizaje se reconocen y se complementan: la educación formal impartida por el sistema educativo y la escuela de la vida comunitaria, que se transmite en el hacer cotidiano, esta vez, a orillas del río Pilcomayo.
(Texto introductorio de Carlos Torrico Delgadillo)

Villa Montes
Por Isaac Kukoc
El primer día de trabajo con comunidades Weenhayek se desarrolló en el periodo de pesca que inicia a finales de abril y terminará aproximadamente en agosto. Visitamos el espacio denominado Peña Colorada, situada 10 minutos de la ciudad de Villamontes, con un acceso por camino de tierra accesible, cercano a las instalaciones de la gobernación. Es un espacio sin agua potable; ni los carros basureros pasan por el lugar, por lo cual los comunarios caban grandes hoyos para enterrar su basura y los residuos de la pesca. En esta primera aproximación, mi compañero de trabajo, Wilson Poma, me presenta a Nathanael Ortiz, Weenhayek, nacido en Tres Pozos y actualmente pescador en la zona cercana a Villamontes.

Ese día pudimos conocer la práctica pesquera de este pueblo, que es de tipo colectiva. La comunidad se divide en dos grupos, al parecer por afinidad. Cada uno de los grupos pesca en su turno respectivo, alternándose cada día. El proceso de pesca está muy bien organizado (a diferencia de otras comunidades). Una vez que el chalanero (el que maneja el bote o chalana) hace sonar su silbato y todos se alistan para ir a pescar, la red está hábilmente doblada sobre la chalana, como si fuera un acordeón o una tela de gasa que se suelta en un teatro, la misma que, al tener cadenas o pesos de plomo en su base inferior, va cayendo al fondo, pero como no es uniforme está caída los peces pueden escapar, entonces se emplea a “los patos” para mantener la red al fondo del lecho del rio. Estás personas bucean por unos 4 o 5 minutos. Mientras tanto, los otros miembros de la comunidad, sobre todo mujeres, adolescentes y algunos niños y niñas jalan de una cuerda que se cierra formando un arco cada vez más pequeño que recorre gran parte de la playa.
Una vez que la red es recogida gracias al esfuerzo colectivo, se presenta doblada como una tortilla cerrada, con los peces adentro. Antes de recogerlos, lo primero que hacen es seleccionar los que son muy pequeños para devolverlos al agua y así continúen su camino y su desarrollo.

Los peces seleccionados como botín de pesca, son más pequeños que en otras épocas, según comenta Chespi (comunario pescador). Pese a ello, son llevados a unas piscinas artificiales o directamente a ser destripados. En todo este proceso trabajan más las mujeres, adolescentes y niños y niñas. Con gran habilidad sacan las viseras, seleccionan los peces por tamaño y especie. Si resulta fructífera la pesca, son llevados a los frigoríficos de los comerciantes de pescado, quienes pagan un promedio de 3 bolivianos por unidad (varía en cada época). Todo este proceso lleva casi hora y media y puede llegar a dar ganancias significativas en un día de suerte, lo ganado se reparte entre todos, no igualitariamente pero sí equitativamente, según la cuantificación de su esfuerzo. Es importante reconocer que este esfuerzo y tiempo empleado no justifica un pago tan bajo por los comerciantes, pero lo económico es más complejo, puesto que el mercado de la pesca incluye a criollos (no indígenas) y río abajo a los Guaranís.

Esta dinámica tienta a pensar en la Tragedia de los comunes (Garrett Harding, 1968), es decir las externalidades negativas y competencia predadora que a la larga no hará más que destruir el ecosistema, pero sería injusto si no se considera las observaciones de Ostrom, que nos muestra un horizonte no tan competitivo y predador puesto que considera posible la construcción colectiva, así como que los bienes comunes no están necesariamente condenados a desaparecer (Ostrom, 1990). La autora apuesta por la acción colectiva y su capacidad de reorganizarse, hecho que en algunos momentos ha sucedido en esta región[1]
Esa noche, al acostarnos, se escuchaban las voces en Weenhayek, con el sonido de una frecuencia de radio evangélica de fondo. Son muy creyentes. Presumo que se debe en gran parte al voluntariado Sueco, que es un tema de reflexión que exede este diario. La luz de luna iluminaba todo y no era necesario ningún tipo de linternas. Se sentía una paz extraña hasta que el siguiente pitido llamó a la comunidad a pescar de nuevo.
Nos preguntábamos con Wilson Poma, ¿Hace cuantos años se reproducirá este ciclo? Antes de la colonia, seguro que sí, con la misma intensidad, lo dudamos, pero es más antiguo que el país.
[1] Cómo es el caso cuando se otorgan las TCO a los Weenhayek y se restucturan las formas de pesca con los criollos.

Nathanael tiene 4 hijxs, están entre los 4 y 13 años. Acompañan, a veces, a la pesca y siempre tienen algo que hacer: levantan pescaditos para devolverlos al río, o pasan el rato destripándolos. Cuando están en la choza también ayudan trayendo leña o agua. También los he visto jugar.
La pesca en la madrugada es dura. 12 grados y en el agua debe sentise mucho frío. Participan desde los 14 años. No todo es un ramillete de nardos pues algunos pescadores se encuentran notoriamente borrachos. Son 40 minutos de trabajo coordinado, como mencionamos. Parecen una persona, no un grupo. Todos saben que hacer: el lanchero, los patos, los recolectores, las discusiones son mínimas, tampoco hablan mucho.
Algo que no puedo dejar pasar de mis observaciones, es la aparente ausencia de mezquindad. Nos invitaron un surubí frito, recién recogido del río, delicioso… Que pena no saber comer como ellos. Solo dejan los huesos de la cabeza, mientras nosotros dejamos el esqueleto de pescado casi completo, y eso con mucho esfuerzo.
El campamento no duerme. Si hay peces en el río, se pesca toda la noche. Estarán despiertos para cuando los compradores lleguen desde la madrugada. Compradores de las pescaderías del mercado campesino y de los camiones refrigerados que llevan a otros departamentos… hasta parece un chiste. Quizás, en algún momento se les salió de las manos la regulación de precios.

Es claro que este no es un espacio para un animalista. No podría venir aquí, no entendería la relación con la muerte, no vería probablemente como los Weenhayek otorgan también la oportunidad de la vida: discriminan a los peces si son muy pequeños y los regresan al río. Pececitos que quizás con mucha suerte crezcan y lleguen hasta el norte y se reproduzcan.
Fueron tres días de ver está dinámica pesquera que me llevo a reflexionar
Reflexionar sobre los espacios o ríos. Yo parto de otros espacios. Al igual que muchos potosinos, ignoraba lo que pasa en el cerro y sus minas, potosinos que quizás nunca en sus vidas entran a una. Lo mismo. En Villamontes, muchos de los pobladores no conocen más que de nombre a los Weenhayek.
En esta estancia también henos visitado el hospital de primer nivel que cuenta con una infraestructura de lujo pero se ve vacío y con equipamiento mínimo. Aquí son derivados, traídos, los comunarios con dificultades o con la necesidad de una intervención quirúrgica. Además del hospital, visitamos la posta de salud de La misión. En ambos casos se refieren como patologías principales a la diabetes y a los problemas vesiculares, temas muy asociados a las formas de alimentación.
Los doctores consultados hacen referencia a la fortaleza de los Weenhayek, dicen que casi nunca se enferman, que son muy fuertes, mirada que puede ser contraproducente y engañosa.
Un elemento llamativo fue ver la construcción de una chalana (pequeño bote ) por Nathanael y sus compañeros, trajeron las piezas cortadas de la barraca maderera y armaron, sellaron y alistaron la chalana. La misma tiene otro dueño que se las da a cambio de un porcentaje de la pesca o la venta exclusiva a esta persona. Aun así es más rentable que la pesca grupal.

Capirendita
Al visitar esta comunidad de forma casual, Loida Lopez, una hábil tejedora, me mostró como se hace la fibra karawate para sus artesanías. Unen las fibras con movimientos ágiles y gracias a un tipo de rueca estructura el hilo que posteriormente será hábilmente teñido y tejido. Ella hace pedidos para el carnaval de Oruro, para los bailarines de Tobas. Me dijo que la llame la próxima vez que esté en Capirendita. La comunidad no está muy lejos pero carece de servicios de agua potable.
Capirendita es netamente Weenhayek. El centro de salud estaba lleno de mujeres, pero no hablan mucho, por lo menos conmigo. Hablan solo lo necesario, o por lo menos no lo hacen en castellano. Algo constante en esta región es que las infraestructuras son buenas, amplias, pero descuidadas. Ésta es solo una descripción de la aproximación a las comunidades. Los detalles de las charlas con los actores sobre salud serán expuestos en otro espacio. Mientras tanto, nos queda seguir abriendo el panorama de que el río Pilcomayo es mucho más que la cuenca alta.