Carlos Torrico Delgadillo
A menudo imaginamos la ciencia como una tarea solitaria, ejecutada por especialistas encerrados en sus laboratorios, lejos del bullicio y la vida cotidiana que es a la vez el mundo que observan. Pero los datos que alimentan esa ciencia –los que permiten comprender procesos, establecer diagnósticos o proponer soluciones– no brotan de la nada: deben buscarse fuera del laboratorio, en los ríos, en los glaciares o en el frenesí de la vida social. Es allí donde se recoge la información que, al ser organizada y analizada, se convierte en conocimiento y gana en sentido.
En el estudio de la cuenca del Pilcomayo, esta convicción se ha vuelto método: las tareas de recolección de datos se hacen con los propios habitantes de la zona. Pescadores, estudiantes, técnicos locales, comunidades indígenas trabajan de la mano con investigadores recogiendo datos del terreno. A esa forma de trabajo la llaman monitoreo participativo.

El principio es sencillo pero ambicioso: como las condiciones del río cambian constantemente, las visitas puntuales de los investigadores no bastan. Para generar información precisa y útil, se necesita una presencia continua, y esa solo puede garantizarse con la implicación de quienes viven junto al río todos los días. Luego de talleres de formación, estos actores locales se convierten en observadores calificados, capaces de recolectar muestras fiables para el análisis científico. Así, comprender mejor los procesos ecológicos y químicos que atraviesan la cuenca deviene en una tarea compartida.
En el campo específico del componente del estudio de la cuenca llamado Ecología Pesquera, cuatro talleres han sido realizados hasta la fecha: tres en Villa Montes y uno en Entre Ríos. Participaron 80 pescadores –principalmente weenhayek y criollos– y 37 estudiantes universitarios de Veterinaria y Medio Ambiente. La formación abordó temas como monitoreo pesquero participativo, análisis biológico de peces y toma de muestras para el estudio de metales pesados. Pero también generó espacios de intercambio de experiencias, saberes y cuestionamientos compartidos sobre el estado del río.

Como decíamos, esta tarea se articula con distintas líneas del estudio. Por un lado, el estudio biológico, dirigido por el investigador y Dr. en biología, Marc Pouilly, que incluye el análisis de especies comerciales como sábalo, surubí o dorado. Por otro, el estudio geoquímico, liderado por la Dra. en Geoquímica, Eléonore Résongles, que se apoya también en la toma de muestras comunitaria para analizar la posible presencia de metales pesados. Ambas vertientes se nutren de la participación local, no solo como apoyo logístico, sino como parte sustantiva del proceso de recolección de datos.
En el monitoreo participativo en biología, el equipo dirigido por Marc Pouilly incluye a la maestrante Ludmila Pizarro (CIDES-UMSA), al Mg. Francisco Osorio (UMSA) y a la Mg. Soraya Barrera (Museo de Historia Natural de La Paz), entre otros. Todos han recorrido comunidades, dialogado con autoridades indígenas, organizado sesiones de capacitación y supervisado el trabajo de campo.
Registrar lo cotidiano del río

Por supuesto que la capacitación de quienes son parte del monitoreo participativo no termina en el aula. Luego de los talleres, pescadores, estudiantes y otros miembros de la comunidad formados en el trabajo de recolección de datos, comienzan por ejemplo a registrar su propia actividad pesquera o a recolectar muestras biológicas y geoquímicas bajo protocolos científicos establecidos y controlados por el equipo de científicos del estudio. Así, la comunidad local genera información útil desde la experiencia diaria, y contribuye enormemente al avance del estudio.

En el caso del monitoreo pesquero participativo, los pescadores de las 64 concesiones registran día a día su actividad con el apoyo de un cuaderno de pesca especialmente diseñado por el proyecto Pilcomayo. Allí anotan datos sobre especies capturadas, cantidades, tamaños y otras variables relevantes para el análisis de poblaciones. Estos registros abarcan las tres regiones del Pilcomayo –cuenca alta, media y baja– con presencia activa en comunidades como Tabasay, Tentaguazu y Puerto Margarita.

En paralelo, los estudiantes universitarios capacitados colaboran en el monitoreo biológico, un proceso más técnico que incluye la medición del tamaño y peso de los peces, la identificación de su sexo, el análisis de gónadas, la colecta de otolitos y la extracción de escamas y vértebras. Estos datos permiten determinar la edad de los peces, su estado de salud, y su potencial reproductivo, información clave para evaluar la sostenibilidad de las especies más pescadas en la cuenca.
El protocolo se complementa con la recolección de órganos como hígado, branquias, músculo y grasa, que serán analizados en laboratorio para detectar la presencia de contaminantes. Esta labor forma parte también del estudio geoquímico, donde se investigan los efectos potenciales de los residuos mineros arrastrados por el río desde la zona alta. Las muestras recolectadas por los actores locales alimentan, así, dos líneas de análisis científico diferentes, con un único objetivo común: comprender la realidad ecológica actual del Pilcomayo.
Desafíos que enfrentar en el camino

Como todo proceso que busca conjugar ciencia y territorio, el monitoreo participativo en la cuenca del Pilcomayo enfrenta desafíos a veces difíciles. Las distancias son largas, los caminos a menudo intransitables durante la temporada de lluvias, y el acceso a ciertas comunidades requiere más logística que voluntad. El equipo técnico ha señalado que una de las principales limitaciones actuales es la falta de transporte: sin un vehículo adecuado, recorrer los puestos de pesca o mantener el acompañamiento en zonas alejadas se vuelve difícil.
A ello se suman otras limitaciones estructurales. En algunas comunidades, la continuidad del monitoreo se ve comprometida por la escasa disponibilidad de estudiantes para apoyar en laboratorio o por la necesidad de los pescadores de priorizar sus actividades económicas diarias. Incluso con entusiasmo y compromiso, el tiempo disponible es limitado, y el ritmo de la vida a orillas del Pilcomayo no siempre se adapta a los cronogramas científicos.
Sin embargo, la recepción por parte de las comunidades ha sido, en general, positiva y propositiva. Los pescadores ven en el monitoreo una oportunidad para retomar prácticas que conocían desde hace décadas. Algunos recuerdan que ya en los años 70 usaban cuadernos de pesca para llevar sus propios registros. Esta nueva versión –más sistemática, más técnica, pero con raíces similares– ha sido bien acogida, y varios expresan su interés en que los resultados del estudio sirvan para actualizar las normativas pesqueras vigentes.

“La pesca ya no es como antes”, dicen algunos. Las especies escasean, los tamaños cambian, y los ciclos se alteran. En este contexto, contar con información sólida, producida por ellos mismos en colaboración con científicos, les ofrece una herramienta para negociar mejores condiciones, exigir controles y defender el río desde una posición más informada.
La dimensión pedagógica del proceso también ha sido valorada. Para muchos participantes, especialmente jóvenes, esta ha sido su primera aproximación al trabajo científico, tanto en su dimensión abstracta como en su dimensión práctica, situada en su propio territorio. Podría decirse que la ciencia, con estas experiencias, se construye al ras del río.
Caminos abiertos

Las actividades de monitoreo participativo seguirán desplegándose en los próximos meses. Están previstas nuevas formaciones en comunidades como Crevaux, Puerto Margarita, Tentaguazu y Tabasay, donde el equipo científico busca fortalecer las redes locales de observación y ampliar la base de datos ecológica y pesquera. Al final del proceso, se prevé conformar un comité consultivo mixto, integrado por pescadores, técnicos y científicos, que permitirá discutir medidas de gestión concertadas y propuestas para mejorar la gobernanza del río. Aquí, la línea sociológica de este estudio interdisciplinario tiene mucho que decir y aportar en ese objetivo.
Esta articulación –entre diversas vertientes de la ciencia, entre conocimiento técnico y vivencia cotidiana, entre universidad y comunidad– es, en sí misma, un cambio de enfoque. Se trata de producir datos, por supuesto. Pero, también, se trata de transmitir e intercambiar conocimientos y crear las bases para la continuidad. En un territorio como el Pilcomayo, marcado por tensiones ambientales, históricas e incluso sociales, la ciencia participativa es un camino necesario en la investigación.

Los resultados concretos del monitoreo llegarán con el tiempo, en forma de análisis, mapas, informes, propuestas… Pero ya ahora, en el diálogo generado, en los cuadernos llenados a mano, en las muestras tomadas con precisión por actores locales, se prefigura otra manera de hacer ciencia. Una ciencia que camina con la comunidad.
Un agradecimiento especial a la maestrante Ludmila Pizarro, cuya disponibilidad y claridad al compartir la información sobre el monitoreo participativo, permitieron construir este reportaje.
