Al observar el comportamiento de la cuenca alta del Pilcomayo es imposible no mirar hacia la minería en Potosí. Siglos de explotación del Cerro Rico generaron cantidades de riquezas y de residuos mineros, forjando identidades mineras que se expresan hasta hoy en las actividades de miles de mineros. Entre ambas realidades hay una relación de causa y efecto: la minería necesita enormes cantidades de agua, y esas mismas aguas son las que alimentan al río.
La dimensión de la minería no solo se mide en toneladas extraídas o en reactivos químicos utilizados. También se mide en prácticas sociales que inciden directamente en la vida de los ríos y de las comunidades aguas abajo. Eso es lo que empieza a mostrar el trabajo del sociólogo Rodrigo Zeballos, quien, en sus primeros avances de investigación, empieza a desentrañar un universo definido por rutinas, arreglos y lo que él mismo denomina, con ironía, “la astucia boliviana”: esa habilidad para encontrar maneras de evadir las reglas.
Uno de los hallazgos más reveladores es la forma en que los ingenios mineros manejan sus diques de cola. Estos depósitos diseñados para contener lodos tóxicos parecen cumplir parámetros técnicos; sin embargo, en la práctica, se abren compuertas de noche o durante las lluvias para liberar residuos contaminantes que llegan río abajo. Esa “astucia”, explica Rodrigo, busca prolongar la vida útil de algunas piscinas a costa de gran cantidad de derrames provocados de material contaminante.
Sin embargo, esa “astucia” no es práctica aislada. Su investigación también muestra cómo los sobornos se han institucionalizado como “segundo sueldo” para técnicos encargados de licencias ambientales, inspecciones o fichas de operación, cuyo otorgamiento más que responder a criterios técnicos responde a sobornos. Así se explica que cada ingenio tenga los papeles en regla, cuente con certificados, sellos oficiales y demás formalismos que en su actividad minera, en el terreno, no se ven reflejados.
Asimismo, el investigador advierte que otro problema grave, además de aquel que proviene del mal manejo de diques, es el de las aguas ácidas que emergen naturalmente de las bocaminas. Al entrar en contacto con el mineral, estas filtraciones se acidifican y se encausan sin tratamiento hacia los ríos. “Es un problema que nadie atiende y que explica mucho de lo que vemos de la calidad del agua río abajo”, dice Rodrigo.
El mapa social que Rodrigo va trazando revela un abanico de actores con lógicas propias:
- Grandes corporaciones como San Cristóbal, cuya minería a cielo abierto deja un rastro visible incluso desde las imágenes satelitales, operando bajo marcos legales distintos a los de las cooperativas.
- Cooperativas mineras, que han pasado de la simple extracción a controlar fases de procesamiento y comercialización, pero que mantienen métodos rudimentarios.
- Rescatiris, pequeños compradores que negocian mineral a pie de mina en un juego de astucias y habilidades de negociación.
- Comunidades vendedoras de agua, que extraen millones de litros de bofedales para abastecer ingenios, convirtiendo el recurso en mercancía y secando ecosistemas que son verdaderas esponjas naturales.
Cada una de estas prácticas legales o ilegales, formales o informales, deja huellas en el territorio. Y son huellas que la geoquímica y la hidrología deberán considerar cuando analizan muestras de agua: metales pesados, mercurio, variaciones en el caudal pueden tener relación con estas dinámicas sociales.
El caso de Kuchu Ingenio es ilustrativo. Allí, la presencia de mercurio podría explicarse por tres hipótesis que el sociólogo recoge en diálogo con los investigadores del proyecto: la remoción de desmontes coloniales del Cerro Rico, el uso histórico de mercurio en antiguas plantas de amalgamación, o la existencia de yacimientos de cinabrio cercanos. Una vez más, la explicación no está en un único factor, sino en la intersección entre historia, técnicas y prácticas sociales.
Al mostrar estas irregularidades y dar nombre a esas prácticas, la investigación sociológica permite comprender cómo funciona el mundo de la minería, más allá de los informes técnicos. Rodrigo Zeballos advierte que se trata apenas de un primer mapeo, aún en construcción. Pero sus hallazgos ya abren una perspectiva fecunda: para estudiar y entender el recurso hídrico que representa el Pilcomayo no basta con medir caudales o metales; es necesario observar de cerca las prácticas sociales que moldean la vida del río.
