Diario de Campo 1: Beterete Kue, Nanawa – Julio de 2025

Susan Nadir Nunes y Dora Ocampos, estudiantes de la Carrera de Ingeniería en Ecología Humana de la Facultad de Ciencias Agrarias (UNA), junto con el docente investigador Federico Vargas, comparten en este Diario de Campo sus observaciones durante una visita a la comunidad de Beterete Kue, en el municipio de Nanawa, Paraguay. La actividad forma parte de un estudio comparativo sobre gobernanza de los recursos naturales en comunidades del río Pilcomayo, cuyo objetivo es diagnosticar, desde un enfoque sistémico (SES) y participativo, los factores que influyen en la sostenibilidad, resiliencia y equidad de estos territorios. El registro combina observación directa, diálogo comunitario y análisis territorial, en el marco de una investigación anclada en la Ecología Humana como herramienta crítica y colaborativa.

Río Pilcomayo, en el chaco paraguayo

Este Diario de Campo relata las visitas realizadas al Municipio de Nanawa, específicamente a la Comunidad de Beterete Kue, ubicada a 50 kilómetros de la ciudad de Asunción, en la desembocadura del río Pilcomayo en el río Paraguay.

Beterete Kue se alza en la planicie inundable del río Paraguay: un territorio que escribe cada capítulo de su historia con crecidas, barro, alas de agua. Las casas, erguidas sobre pilotes o en dos plantas, cuentan de memoria una última gran inundación, hace unos cinco años, y recuerdan que el agua vuelve siempre, como un pulso que da y quita.

La comunidad ha aprendido a convivir con ese río múltiple—el Paraguay, el Pilcomayo, el riacho Negro—como si cada uno contara una parte del relato del lugar. Aunque el riacho Negro sigue siendo la principal fuente de agua, sus aguas vienen cargadas por el vertedero de El Farol S.A.; y el Pilcomayo, exhausto, arrastra aguas negras estancadas desde Clorinda hace más de 15 años. Sin embargo, bajo esa claridad turbia, las familias siguen recurriendo a pozos profundos (15 m) o al agua recogida del cielo, potabilizando cada gota con cloro, como acto de esperanza cotidiana.

En los surcos de mandioca y batata brota la vida: parcelas pequeñas, pero rebosantes de sentido. La rotación y el barbecho no son solo prácticas agrícolas; son modos de escuchar la tierra, de permitirle recuperarse. Desde hace unos cinco años, también florece la apicultura: dos cosechas anuales que entregan entre 15 y 20 litros de miel por caja, fruto de saberes heredados y de vuelos colectivos. Estas actividades son combinadas con la producción de hortalizas.

Parcelas de producción de Acelga

Mientras tanto, los jóvenes se juegan entre orillas: cargan bultos sobre sus hombros atravesando el Pilcomayo por puentes improvisados. No solo transportan mercaderías, llevan historias, vínculos, necesidades; erigen sus cuerpos como puente tangible, en una frontera que separa y une a un tiempo.

Hubo una Asociación de Pescadores a orillas del riacho. El golpe de la pandemia hizo estallar esa forma colectiva; hoy solo queda una Asociación de Agricultores, intentando sostener la cooperación, aunque el clientelismo divida el sentido comunitario.

Hay una escuela, un colegio hasta tercer año de media, un puesto de salud. Pero la juventud se desangra hacia Asunción; muchos hogares conservan solo a uno de los suyos. La tierra es sabia, generosa, pero envejecer duele sin relevo.

Beterete Kue es más que tierra y agua: es una comunidad tallada por inundaciones, contaminaciones, ausencias y esperanzas. Allí conviven el pulso del río y el pulso humano, el derrumbe de lo estructural y la persistencia de la memoria. Un territorio que habla, reclama cuidado, exige escucha.

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