Este texto recoge los relatos nacidos en los intersticios de una salida de campo compartida entre investigadores de disciplinas en apariencia distantes: la hidrología y la sociología. Sin embargo, en el terreno, se revela cómo sus enfoques pueden entrelazarse y complementarse. Denise Cáceres (hidróloga) y Wilson Poma (sociólogo) comparten sus miradas sobre una salida de campo conjunta, concebida inicialmente para inspeccionar estaciones hidrométricas. Muestran cómo una actividad técnica como es la verificación de sensores, la recolección de datos o la evaluación de infraestructuras, puede convertirse también en una experiencia de observación sociológica y de reflexión sobre las dinámicas humanas que rodean estos dispositivos: quién los cuida o los tiene presentes, si poseen una denominación local, o qué significados adquieren para las comunidades que viven la variabilidad del Pilcomayo. El texto ofrece una reflexión sobre esa experiencia compartida. Muestra cómo el trabajo de campo puede ser un espacio de diálogo entre saberes, donde la observación conjunta de las estaciones revela modos distintos de comprender esas infraestructuras silenciosas que acompañan al río y a sus comunidades.
Visita a la estación hidrométrica de Puente Aruma – 14 de octubre de 2025
Wilson Poma
La primera parada o punto clave de los recorridos fue el municipio de Entre Ríos. Yo había visitado con anterioridad a esta localidad y había tenido diversos encuentros con funcionarios y docentes de la UAJMS. Esta vez lo hacía con Denise. Ella, por la mañana, presentó los avances de su investigación. Luego, gracias al contacto de Rocío Flores (universitaria y contacto de Denise), contamos con el servicio de transporte de don Luis, quien ya conocía el recorrido que deseábamos realizar.
Para esa jornada, la salida fue planeada a las 10:30 de la mañana. Pero, claro, tardamos un poco en reunirnos y salimos como a las 10:50. El objetivo principal de esta salida fue realizar una inspección a la estación hidrométrica del Puente Aruma que está en la frontera interdepartamental con Chuquisaca, además de estar en el asentamiento principal de la comunidad de Tabasay (comunidad que trabaja con investigadores del componente 2).
Tabasay es una de varias comunidades guaraníes organizadas en capitanía local o mburuvicha, y admiistrativamente están reunidas en Tierra Comunitaria de Origen (TCO) Itika Guasu, organizadas en capitanía grande asociadas a la Asamblea del Pueblo Guarani (APG) del Departamental de Tarija. Dentro de la investigación sobre gobernanza de los recursos naturales (componente 3) había realizado distintas visitas a otras comunidades de la TCO Itika Guasu (Zapaterambia, Itaparar, Yuati, Yukimbia y Tentaguasu). En este retorno a la zona, sin embargo, este fue mi primer encuentro con esta comunidad en particular.
El clima se mostró nublado y muy favorable durante todo el recorrido. Fueron como tres horas de viaje y, mientras recorríamos el camino, don Luis me indicaba algunos nombres de las comunidades por donde pasábamos. La verdad es que, pese a que estábamos en la primera sección de la TCO Itika Guasu, yo me confundía al ver la gran similitud del paisaje con la segunda sección visitada. Todo me parecía similar: el tamaño de las estancias comunales, la forma de construir sus casas cercanas al camino, la cercanía con riachuelos y la morfología del camino en general. Todo me parecía familiar y me daba la impresión de haberlo conocido ya. Pero estaba ahí don Luis y su fino conocimiento de su región para sacarme de mis equívocos. Pese al parecido con otras zonas que visité, esta era la primera vez que recorría estas tierras en particular.
Casi a medio camino, cruzando un arroyo, don Luis recuerdó vívidamente cómo, mientras pescaba en el lugar, se animó a beber el agua del arroyo denominado “el saladito” y, claro, había confirmado que el agua estaba salada. Esto no le sorprendió mucho, nos decía, porque la comunidad local se dedica a explotar un yacimiento de sal en el subsuelo. Entonces pensé que si el agua estaría salada ¿los pescados igual tendría otro sabor? Bueno, esa pregunta se respondería luego, cuando llegamos al puente y Rocío nos presentó a don Marín, mburuvicha de Tabasay. Don Marín, muy amablemente, nos ofreció preparar pescado para comer, ofrecimiento que aceptamos sin titubear, pues no llevábamos comida con nosotros.
En este momento es cuando Denise se pone seria: camina sola, saca su cámara para tomar fotos del estado de la estación, y en su celular marca puntos en un mapa (me parece). Mientras camino, Rocío me hace consultas sobre mi estudio e intento responder en corto buscando mantener mi atención a la rutina de Denise. De esa rutina, noto que le importa mucho tomar nota de las variaciones de nivel del río medibles gracias a “la regla” fijadas o pintadas en los pilares o mástiles de puentes. Son reglas que a menudo suelen cambiar de lugar por el comportamiento del río. Nos acercamos a la orilla para buscar una de ellas y con un poco de esfuerzo la pudimos encontrar. Constatamos que todo estaba correcto. Luego hicimos una inspección ocular hasta el otro lado del puente, donde ya es el departamento de Chuquisaca. Me pareció que esos senderos y caminos de tierra son regularmente transitados, ya que durante nuestra estancia tres movilidades cruzaron el puente. Justo en este momento me dije que no estaría mal tomarnos una fotografía, para marcar el momento. Rocio nos hizo el favor de hacer el selfi. Le había pedido que salga de fondo el Pilcomayo, y así quedó. Bueno, esa foto testimonia de nuestro trabajo de campo y evoca las experiencias vividas en esta salida.
Regresamos al otro frente para descender al nivel del río, y al bajar nos encontramos con ganado: vacas apacibles (aunque nos acercamos un poco no se espantaron ni reaccionaron mal). Ahí pudimos inspeccionar el lugar con tranquilidad. Denise y Rocío se acercaron a la regla pintada en el pilar. Yo me alejé un poco para observar la composición del lugar. Noté que existen chalanas, como 4, las cuales son usadas para pescar, pero estas se encuentran al frente, en el lado chuquisaqueño. Por donde estábamos ―y donde pastaba el ganado― existen pequeños senderos de entrada al río. Observación que me llevó a preguntarme si la pesca es una actividad económica importante del lugar. Las respuestas a esa pregunta las obtuve en el domicilio de don Marín. Además de los relatos y valoraciones que él me hizo de esa actividad, ahí, en su casa y en la de sus vecinos, se veía claramente anuncios de venta de pescado frito.
Algo que me llamó la atención y le comenté a Rocío fue la presencia de varios troncos secos arrinconados en las columnas que sostienen el puente y, claro, supusimos que eran restos que dejó la crecida del río en la última temporada de crecida. Pero estaban bien amontonados. Entonces, deduzco que sí, que la mayoría de los troncos fueron dejados por la corriente, y que también son las personas que viven cerca las que los acomodan para que sequen y puedan servir como leña. El uso de este material como combustible es común en estas comunidades, ello lo he constatado en anteriores visitas a la zona. Pero dejé ahí mis cavilaciones sobre los troncos y us usos. Denise persistía en creer, como Rocío, que todo fue hecho por la corriente del río. Yo tengo evidencias de que ahí también hay intervención humana.
Regresamos al camino para visitar y comer el “pescado prometido”. El domicilio de don Marín es la típica residencia rural, construida de adobe, con muchas plantas y con macetas elaboradas artesanalmente donde el patio es el centro de la visita. Ahí se encuentra instalado un mesón amplio y se advierte sobre él una pequeña pizarra acrílica que seguramente permite tomar notas de las reuniones entre comunarios.
Don Marín trajo riquísimos platos con sábalo frito sazonados con limón silvestre. Lo digo porque no parecía injerto y tampoco limón cultivado. Mientas comíamos, noté que el sabor era un poco distinto al sábalo que comí antes en Villa Montes con los Weenhayek. Pienso que se debe al agua, pero esas son especulaciones solo mías.
Durante la comida, ya por terminar, don Marín contó que pasan por ahí pescadores que provienen del lado chuquisaqueño a pescar en grupo por la noche, con algunos malos comportamientos como tomar bebidas alcohólicas casi toda la noche o ignorar la declaratoria de veda desde el 15 de septiembre por el CODEFAUNA-Departamental. Mencionó que la llegada de señal telefónica al sector es de ayuda para realizar llamadas y hacerles saber a los funcionarios de la presencia de estos pescadores, pero también se lamentó porque considera que algunos de esos pescadores tienden a dar “coima” a los funcionarios para evadir sus responsabilidades. Don Marín se muestra desconfiado del buen funcionamiento del CODEFAUNA departamental y piensa en la posibilidad de hacer contacto con CODEFAUNA-Villa Montes, ya que se enteró que estos últimos tienen una gestión más sancionadora para los pescadores foráneos con malas prácticas.
El tiempo en la casa de don Marín se hizo corto. Tenemos en mente, además, el tiempo que nos tomará el regreso. Rocío aprovechó para dejarle a don Marín un contenedor donde debe depositar pescados (como muestras) para el estudio de la composición química de sus órganos. En estas salidas de campo, como lo advierten, la interdisciplinariedad nos la tomamos en serio.
De esta jornada resalto una idea: cada persona tiene curiosidades y formas de ver la realidad un poco distintas. Claro está que para Denise, lo central es saber todo de estas estaciones, incluso del estado del puente, mientras que yo realizo inspecciones buscando conocer nuevos paisajes socio ecológicos del Pilcomayo. El interés mío, en esta ocasión, y creo que se notó, fue tener esta charla con don Marín, conocer su residencia, su relación con el entorno, ver su red pollera y compararla con las redes que usan los Weenhayek.
Visita a la estación hidrométrica de Villamontes – 16 de octubre de 2025
Denise Cáceres
“Ya casi hemos llegado”, anuncio sin darme la vuelta. Wilson no responde nada, pero continúo escuchando sus pasos detrás de los míos. Es un poco pasadas las seis de la mañana. El taxi que tomamos nos dejó a la altura del camino asfaltado. “A la antigua planta de riego, por favor”, le di como única indicación. El asentir silencioso del conductor me confirmó que este es un punto de referencia bien conocido en Villamontes. Desde el asfalto, es una caminata de aproximadamente diez minutos hasta la estación de monitoreo meteorológico e hidrológico.
La temperatura es indulgente a esta hora del día. Mientras vamos bordeando el río por un angosto sendero de tierra, los árboles nos envuelven en su sombra. Tengo buen ánimo, he recuperado las fuerzas. Recuerdo el malestar que sentí ayer, tras nuestra llegada a Villamontes al principio de la tarde. Un aturdimiento y sueño causados por el arduo calor de las llanuras chaqueñas. Inicialmente, habíamos pensado ir a ver la estación al finalizar la tarde. Una mirada al pronóstico de las temperaturas para las siguientes horas me hizo desistir de nuestro plan inicial. Le propuse a Wilson salir temprano al día siguiente, quien aceptó de buena gana.
Adelante, entre los árboles, comienzo a entrever una construcción abandonada de un solo piso con fachada de ladrillo. Esta construcción, coloquialmente conocida como “la bomba”, alberga un sistema de bombeo que se pretendía usar para llevar agua del río hacia campos cultivados de la zona. El proyecto nunca se llevó a cabo, pero las bombas permanecen en su sitio, polvorientas y oxidadas por el tiempo.
Aprieto el paso y, unos segundos después, aparece a mi izquierda una estructura de concreto adosada a la ribera del río. Es sobre ésta que fueron instalados los instrumentos de medición que conforman la estación de monitoreo. “Es aquí”, declaro y me acerco a la plataforma de la estructura. Desde aquí, tengo una excelente vista sobre el río. Sin perder tiempo, saco la cámara fotográfica y empiezo a documentar el aspecto del río y su lecho a la altura de la estación, así como aguas arriba y aguas abajo. La última vez que estuve parada en este punto fue el 15 de marzo de este año, hace casi exactamente siete meses. Es increíble lo diferente que se ve el Pilcomayo. “Cuando estuve aquí en marzo”, le comento a Wilson, “el río estaba en crecida, en la escala de nivel se leía una altura cerca de los 5,80 metros”. Hoy, la lectura de la escala nos da un valor alrededor de los 65 centímetros: veo ante mí partes del lecho que la vez anterior estaban completamente englutidas por el río. Voy alternando entre las imágenes de mi recuerdo de aquel día y las que mis ojos perciben en el momento presente. El mismo lugar, pero momentos del régimen hidrológico tan distintos: el contraste entre la crecida y el estiaje es impresionante.
En la ribera derecha del río, ahora se ve una amplia playa arenosa. “Esa playa no se veía en marzo”, lanzo en dirección de Wilson, quien también tiene la mirada fija en esta extensión de arena. “Es un punto de pesca”, me dice sin quitar la mirada, “le dicen ‘la bomba 1’, ahora entiendo por qué”. Sonrío al pensar que este lugar, además de constituir uno de los puntos clave de monitoreo del estado del río, también es uno de los puntos establecidos para la pesca local. Un mismo lugar tiene diferentes significados, según quien lo mire.
Mi tren de pensamiento se ve suavemente interrumpido por lo que poco a poco reconozco como un silbido humano. ¿De dónde viene? Me pregunto. Bordeando el flanco izquierdo del río en dirección de nosotros, aparece un hombre de mediana edad. “Es un pescador, seguro pasó la noche pescando por aquí”, dice Wilson. Cuando alcanza la parte baja de la estructura, intercambiamos unas palabras con él y después lo vemos continuar su camino aguas abajo. Se me ocurre que, la última vez, no vi ningún pescador en la zona. Evidentemente, los aforos del caudal del río no son las únicas actividades que se suspenden en época de crecida: la pesca también se ve paralizada. Que los pescadores sigan la estacionalidad del río no debería sorprenderme, al contrario, es lógico. Seguramente los tiempos de veda de la pesca también son establecidos en función del régimen del río, pienso. Me hago una nota mental para preguntarle esto a Wilson más tarde.
